jueves, 16 de enero de 2014

La historiografía occidental y la “historia cultural”: las obras de Johan Huizinga

La Apoteosis de Homero. Jean Auguste Dominique Ingres, 1826.
Noé Ibáñez Martínez*
SUMARIO:
Introducción. La historiografía occidental. La historia cultural: Johan Huizinga.  El otoño de la Edad Media. Homo Ludens. Conclusión. Bibliografía.

Introducción

El estudio de la historiografía general es amplio y heterogéneo, ya que se analiza la escritura de la historia a través de algunos de sus exponentes más representativos, desde la Grecia antigua hasta los historiadores modernos de la sociedad occidental. Se identifican algunas tendencias, escuelas, problemáticas y perspectivas que han ido definiendo la labor de los historiadores en diversos periodos según las manifestaciones de la cultura, el arte y el conocimiento general.

El análisis de diversas obras y formas de escritura permite identificar los aspectos de la sociedad a la que se estudia, desde una perspectiva crítica se conocen sus fundamentos epistémicos, el tipo de lenguaje que utilizan, la interpretación que le hacen al acontecer, las fuentes y los medios en los que se basan para reconstruir un hecho. Por ello, cabe resaltar que nuestra finalidad es interpretar el texto histórico como un acontecimiento en sí mismo, como un universo de ideas y formas de representación.

Como estudiantes de maestría en historia regional, la teoría, la filosofía y la historiografía, se convierten en asignaturas esenciales en el plan de estudios, para comprender su evolución a través del tiempo. Por causas de fuerza mayor, derivado de los fenómenos meteorológicos: “Manuel” e “Ingrid”, que afectaron el estado de Guerrero el mes de septiembre del año pasado, nuestro curso de historiografía general se vio suspendido, y no hubo forma de analizar las diversas obras históricas que hubiesen ayudado a comprender la evolución del quehacer histórico.

No obstante, las obras de Johan Huizinga: El otoño de la Edad Media y Homo Ludens, nos muestran a perfección una forma de historiar que muchos autores definen como “historia cultural”, surgida a principios del siglo XX, y en este texto las analizaremos de manera general sin dejar a un lado que la historiografía general (occidental) abarca otras tendencias, escuelas, obras e interpretaciones de la historia.

La historiografía occidental

A lo largo de los años, el estudio de la historiografía ha sido inestable, polémico y plural. Desde la Antigüedad, las tribus o los primeros pueblos sedentarios tuvieron la necesidad de compartir y preservar acontecimientos memorables, naciendo así la expresión oral, pictográfica y escrita; que poco a poco se fue perfeccionando. Con las primeras civilizaciones, nació el alfabeto y su representación en diversos medios y sitios. En Mesopotamia, por ejemplo, se encontraron tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, con los registros históricos más antiguos. En los antiguos palacios que se construyeron, se grabaron inscripciones históricas, escenas de guerra y conquista; además, se construyeron bibliotecas para guardar archivos administrativos que conservaban las epopeyas que narraban el origen de los dioses, la creación del mundo, la catástrofe del diluvio y las hazañas de sus héroes y gobernantes.

Así también en Egipto, donde la escritura regía el conjunto de las actividades religiosas, así como la administración del Estado, principalmente porque la mayor parte de los bienes y riquezas producidas se canalizaban a los templos y al palacio real, donde quedaban a cargo de los escribas y contables. De modo que en los reinos de la Antigüedad las narraciones eran apologías del poder, a cargo de servidores y amanuenses del gobernante.

Un nuevo contexto político y social se presentó en Grecia y Roma (cuna de la historiografía occidental). Autores como Homero (La Ilíada y la Odisea) atrajeron la atención de sus coetáneos. Más tarde, Heródoto y Tucídides iniciaron el relato escrito, sus primeros intereses fueron los asuntos militares y políticos, los temas que atraía la atención de las polis griega. Pusieron las bases de una historia secular, centrados en los hechos políticos de su país natal y sustentado en datos efectivamente ocurridos.

En cambio en Roma, la relación entre los historiadores y el poder fue de otro tenor, pues durante muchos años las autoridades publicaron una crónica oficial de la ciudad, la república o del imperio, y es sabido que buena parte de sus cronistas y relatores pertenecía a la clase dirigente. Los historiadores romanos aunque continuaron la tradición de los griegos, cargaron el acento en la historia patria y en el compromiso de crear un gobierno de la ciudad autónomo, fortalecido por la participación activa de sus miembros, y dedicado a preservar la república.

En suma, los historiadores griegos y romanos como Heródoto, Tucídides, Polibio, Salustio, Tito Livio, Tácito y Plutarco, cuyas obras se centraban en los temas políticos, fueron ejemplo para las generaciones futuras. Escribir historia para ellos era ante todo un arte literario. Pero se trata de un arte que venía apegarse a la veracidad. Desde entonces, la importancia de la veracidad en la investigación histórica permanecerá como requisito fundamental en el arte del historiar.

Más tarde, la conversión de Constantino del cristianismo introdujo cambios drásticos en el contenido y la forma del relato histórico. La Historia eclesiástica  de Eusebio, inicia esos cambios. A partir de ese momento, se escribe una historia de la iglesia asentada en la autoridad de la fe y no en el valor y la autenticidad de los testimonios. Los relatos van íntimamente relacionados con la biografía de los santos. Así, desde el siglo V en adelante, las catedrales y los monasterios se apoderaron del arte de la escritura en todas sus formas. Santo Tomás de Aquino es el mejor ejemplo de los libros religiosos.

El Renacimiento (o más bien, los Renacimientos, como sostiene Jacques Le Goff[1]) rompió con esa trayectoria aun cuando también se nutrió de ella, como lo han mostrado los estudios recientes. Ahora sabemos que el Renacimiento fue un proceso histórico más complejo, que abrevó tanto en la tradición clásica y la escolástica como en el humanismo y el republicanismo que se desarrollaron en diversas partes de Europa, pero que especialmente en algunas ciudades italianas. El ideal del hombre virtuoso que encarnaron los humanistas lo trazó Jacob Burckhardt en su famoso libro La cultura del Renacimiento en Italia, y quien se refirió por vez primera al término de Renacimiento.

La nueva concepción de los historiadores italianos del quattrocento[2] se manifestó cuando separaron la Antigüedad clásica (Grecia y Roma) de los años oscuros que comenzaron con la caída de la República en 410 d.C. como el comienzo de una edad media, un tiempo de escasas luces y falto de hombres ilustres. No obstante, los humanistas florentinos siguieron el ejemplo adoptado en las repúblicas italianas: escribieron la historia o la crónica de su ciudad, según el modelo de los historiadores clásicos griegos y romanos. Nicolás Maquiavelo, uno de los más grandes representantes del humanismo político italiano, les mostró a los príncipes y gobernantes la importancia de la política realista en la organización del Estado y en la creación de sociedades estables, y a los historiadores les hizo ver que la investigación histórica que ignora la política se extravía y corre el riesgo de no alcanzar a discernir el núcleo duro que organiza la vida de las comunidades civilizadas.

Mientras tanto, a los historiadores de la Ilustración debemos lo que John G. A. Pocock ha llamado una narrativa ilustrativa. Es decir, una macro-narrativa sistemática y compleja que unió la retórica de la Antigüedad clásica, la erudición de los anticuarios y la filosofía en un discurso que arrancaba de la Antigüedad, proseguía con la edad oscura del barbarismo y la religión, continuaba con el Renacimiento y concluía en el esplendor del siglo XVIII, el momento en que la sociedad civil pudo liberarse de la superstición y del despotismo, trazado así el itinerario de lo que se llamó “el progreso del espíritu humano”. La gran obra maestra de los hombres ilustres fue la Enciclopedia, dirigida por Diderot y D´Alembert. Sin embargo, con obras de Voltaire se inaugura una narrativa de gran amplitud temporal y espacial, centrada en el desarrollo de las costumbres, el progreso de las artes, las ciencias, el comercio y la civilización que podríamos llamar multicultural (nueva historia global). Por ello, se considera a Voltaire como un historiador moderno que separa la tradición cristiana y del dogmatismo, un crítico de la edad oscura y de la superstición.

Poco después, la Revolución Francesa fue un acontecimiento coyuntural para el estudio historiográfico occidental. Autores como Edmund Burke, Saint Just y Johann G. Fitche, abarcan y estudian aspectos de la Revolución como la realidad política, social e ideológica. La participación de historiadores, filósofos y políticos en el análisis y discusión sobre este suceso, enriqueció y diversificó el estudio y contexto literario. En síntesis, los historiadores de Francia, Inglaterra y Alemania inauguraron una nueva forma de historiar al abarcar distintos ámbitos de la sociedad, con ellos nace también la “historia cultural”.

La historia cultural: Johan Huizinga

En su obra más reciente, escrita raíz de su visita con una conferencia magistral en Chilpancingo, en diciembre de 2010, La función social de la historia[3], Enrique Florescano clasifica al historiador holandés, Johan Huizinga, al suizo Jacob Burckhardt y al crítico ruso de la literatura Mijaíl Bajtín, como los tres grandes maestros de la historia de la cultura. “Los tres muy influyentes en la narrativa de los historiadores del siglo XX”. Por un lado, Burckhardt pensaba que cada lector tiene una pintura diferente de él, y una nueva de cada lectura”. Y eso mismo, pensaba, podría aplicarse en cada periodo histórico, pues escribió que “cada época tenía una nueva y diferente manera de mirar los más remotos periodos del pasado”.

Por el otro lado, Mijaíl Bajtín, con su obra La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, equivalió a una revolución en los estudios de la cultura popular y la literatura. La novedad es que su libro viene a ser el primer estudio en profundidad de la cultura cómica popular, una tradición de orígenes remotos que sobrevivió a las transformaciones e imposiciones de la cultura clásica y de la cultura religiosa medieval y se prolongó hasta el Renacimiento y más allá.[4]

Por su parte, y de quien se profundiza el análisis de sus obras en este ensayo, Johan Huizinga, nació en 1872 en Holanda, tuvo formación en literatura, pero también tuvo muchos otros intereses y cuyo profundo conocimiento de las artes, la cultura, la historia y la antropología medieval, le permitió producir una obra única en el siglo XX que hoy en día se clasificaría como un precursor de la “historia de las mentalidades” o “historia cultural”.

Este conocimiento sobre el arte y la cultura medieval, produjo en Huizinga apatía por la modernidad. No le gustaban máquinas o motores, ni el capitalismo ni el marxismo, ni el arte abstracto. Como dijera Peter Burke, historiador inglés, “para Huizinga la pala mecánico siempre estuvo en un sentido peyorativo. Si bien no se elimina la amarga crítica de aquellos tiempos opresivos, Huizinga tenía confianza en el poder de la vida y la cultura humana”. Como afirma también Florescano, Huizinga, recibió el llamado de la historia de la cultura e hizo a un lado la historia política, militar e institucional que predominaba en los medios académicos. Una frase de Huizinga sobre los fines de la indagación histórica explica su concepción de la cultura: “La historia, decía, es la forma intelectual mediante la cual una civilización da cuenta de su pasado”.[5]

A lo largo de su vida, Huizinga fue profesor en las universidades de Groningen y de Leiden y produjo varios libros sobre la edad medieval y sostuvo una crítica dura contra el nazismo y la invasión hitleriana, lo que llevó el cierre de la universidad de Leiden, su encarcelamiento y finalmente su muerte meses antes de concluir la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, dos de sus obras marcan un momento importante en la historiografía occidental: El otoño de la Edad Media y Homo Ludens.

El otoño de la Edad Media

Considerada una obra maestra de Huizinga e incluso del siglo XX, en las 600 páginas describe magistralmente la vida cortesana en los Países Bajos y Francia, en los momentos del ocaso de la cultura medieval, y nos pinta los acontecimientos de los siglos XIV y XV en términos de luces y sombras, pues no cree en las periodizaciones históricas que todo lo separan. Realiza un paneo de la cultura, de la vida cotidiana, las creencias y la vida social. Su fuente de información proviene de un análisis detallado de las obras de arte, pinturas y textos literarios y también de documentos convencionales que forman un mosaico vivo de los modos de pensar y de vivir en ese periodo.

Para Florescano, esta obra “une el juicio estético, la reconstrucción de la vida cotidiana, las costumbres, el ruido y las voces de la calle, la iglesia y el mercado, el color de las vestimentas y ceremonias, la alternancia de las horas de fiesta con las de dolor y pesadumbre, la variada sensibilidad de los hombres y mujeres del campo y la ciudad, del pueblo bajo, la corte y los gobernantes, las diferentes tonalidades del culto y de las creencias religiosas, todo ello iluminado por la luz del claroscuro”.[6]

En la obra, Huizinga se sumerge en la vida intelectual, artística y espiritual, rastreando el ritmo, es estilo, los colores de la época de inquietud y miedo. En los 22 capítulos que consta el libro de lectura amena, cómica, seria, satírica, científica y apasionada, nos transporta a edad caballeresca, romántica, fantasiosa, placentera y —a la vez— oscura, tenebrosa, sangrienta. En este sentido, Huizinga se pregunta con la etapa otoñal medieval: ¿qué es lo acaba? ¿qué es lo que comienza?

Si bien, la temporalidad de la Edad Media aún sigue en discusión, ya que los clásicos la ubican entre el año 476 d. C. y 1492, y que a partir de esta fecha inicia el periodo de Renacimiento, estudios actuales han demostrado un problema de temporalidad de dicho periodo. Para Huizinga, no acaba ni comienza nada. Todo fluye. La humanidad navega en un río infinito y borrascoso. La historia no se desarrolla bajo una sola unidad tonal. Y así nos muestra que el punto que separa la última Edad Media del primer Renacimiento es tan sutil que no se nota. De aquí su crítica hacia sobre la periodización histórica de Jacob Burckhardt en La cultura del Renacimiento en Italia. Huizinga contesta a la imagen tradicional de la Ilustración que considera a la Edad Media como la "Edad de las tinieblas", como un período en el que las luces de la cultura humana se habrían retirado.

Lo que hace Huizinga con su libro es precisamente poner en relieve las líneas de continuidad entre la Edad Media y el Renacimiento. Para él, no hay una "decadencia”, empero si un "otoño" o un tiempo de un ciclo que anuncia una continuidad. Sobre este punto, Jacques Le Goff, En (su) busca de la Edad Media se pregunta: ¿acaso sabía el hombre de 1492 que, al dormirse el 31 de diciembre en la noche de la Edad Media, se iba a levantar el día siguiente, 1 de enero de 1493, en la mañana del Renacimiento?[7]

Jacques Le Goof, un medievalista y heredero de los Annales, habla incluso de una larga Edad Media y que ésta no empieza en el año 476 ni finaliza en 1492, según la división tradicional occidental. Le Goff en resumidas cuentas, dice que: “los cambios no se producen nunca a golpe, en todos los sectores y en un solo lugar. Por eso he hablado de una larga Edad Media, una Edad Media que, en ciertos aspectos de nuestra civilización, perdura y, en ocasiones, se extiende mucho más allá de las fechas oficiales”.[8]

El estudio medieval se convierte en un tema apasionante, por ello, El otoño de la Edad Media se convirtió en un clásico de la historiografía del siglo XX, no sólo por la vasta erudición, la riqueza documental y densidad teórica, sino también por la prosa elegante, los juegos de palabras y el ingenio del autor.

Homo Ludens

Al igual que El otoño de la Edad Media, este libro de Huizinga, una de sus últimas obras (1938), sintetiza una posición filosófica general sobre el un elemento de la cultura y naturaleza del hombre: el juego. La tesis que sostiene es que el juego es el hecho cultural primario, la forma elemental de las principales manifestaciones del espíritu humano.

Sin duda, Homo Ludens es el primer trabajo teórico, científico e introductorio al estudio del juego como elemento cultural, sin embargo, Huizinga reconoce las limitaciones del trabajo teórico y compara los datos con las circunstancias históricas del momento. De ahí deriva que varios de los compañeros de la maestría reconocieran una lectura forzada y que el autor buscara elementos teóricos necesarios para ir explicando el fenómeno del juego como un elemento cultural.

Incluso, Huizinga aclara en la parte introductoria del libro: “El lector de estas páginas no debe esperar encontrar una justificación detallada de todas las palabras usadas. En el examen de los problemas generales de la cultura, estamos constantemente obligados a hacer incursiones predadoras en regiones que el atacante no se las ha explorado lo suficiente. No había ninguna posibilidad para mí, para rellenar previamente todas las lagunas de mi conocimiento. Tuve que elegir entre escribir ahora o nunca, y yo elegí la primera solución”.

Ya adentrado en el texto, Huizinga explica y busca ejemplificar los diferentes comportamientos, las posiciones, el significado y la representación del juego en diferentes momentos de la historia. Por el momento que vivió, en víspera del inicio de la segunda Guerra Mundial y que los Países Bajos estuvieran bajo el régimen nazi, Huizinga hace una crítica directa a todos los regímenes totalitarios y a la utilización perversa que éstos hicieron del deporte. Siendo rector de la Universidad de Leyden pronunció varios discursos de resistencia. Por ello, gran parte del desencanto de Huizinga con el deporte como una forma moderna del juego proviene de la utilización, por la propaganda nazi, de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.

Y explica: “En ningún otro caso el respeto de las reglas del juego es más absolutamente necesario que en las relaciones internacionales, si no se tienen en cuenta estas reglas, la sociedad cae en la barbarie y el caos. (...) [La] política contemporánea parece tener pocas huellas de la actitud lúdica original”. Huizinga desprecia el antiguo código de honor, al dejar de lado las reglas del juego, en contravención del derecho internacional y pierde todas las viejas relaciones de la guerra con el ritual y la religión.

Varios autores contemporáneos coinciden que Homo Ludens es una obra de madurez, un libro que fue diseñado por toda una vida, escrito por un erudito con conocimientos extensos en mucha áreas. Por lo tanto, no es exactamente un libro sencillo. Hay sutilezas y juegos de palabras y un montón de información histórica y frases en varios idiomas, todo ello en el servicio de la tesis de Huizinga según la cual la cultura proviene del juego, el puro juego es el elemento creativo de la humanidad y que este principio ha sido tradicionalmente descuidado en las ciencias sociales.

Conclusión

Como mencioné al principio de este texto, el estudio de la historiografía general requiere de un espacio más amplio para un análisis más serio y profundo, ya que se requiere tomar en cuenta tres referentes generales del texto histórico: 1) La estilística 2) La hermenéutica y 3) La heurística. Con el primer término nos referiremos concretamente al tipo de lenguaje que utiliza el historiador (descriptivo, denotativo, poético, etcétera). La hermenéutica, por su parte, se refiere a la concepción general del mundo representado por la obra histórica y a las fuerzas, protagonistas u objetos que lo integran. Finalmente, con el término heurística nos referiremos a todos los elementos que sustentan la obra historiográfica desde el punto de vista cognitivo o epistemológico, tomando en cuenta tanto la información recabada por el historiador (testimonios, documentos y datos en general), como los distintos principios metodológicos que le permiten criticarla y sistematizarla.

Sabemos que en el siglo XIX fue el siglo del reconocimiento e institucionalización de la historia como disciplina autónoma, el XX fue testigo del triunfo de una concepción de la historia paradigmáticamente occidental que se asentó y reprodujo en las academias e instituciones universitarias, un fenómeno que va de 1940 a 2000. Florescano sostiene que “en la segunda mitad del siglo XX la historia experimentó una explosión fenomenal en el número de publicaciones de todo género y una multiplicación de sus especialidades o áreas temáticas”.[9]

Actualmente, nuevas tendencias y nuevos retos teóricos y metodológicos se presentan en el arte de historiar, adquiriendo cada vez mayor importancia la historia regional y la microhistoria en las aulas de las universidades estatales y regionales, que sin duda, estos estudios permitirán reinterpretar la historia nacional o global.



* Maestría en Historia Regional. Universidad Autónoma de Guerrero.

[1] Véase la obra, En busca de la Edad Media, Paidós, España, 2003.
[2] En castellano significa “cuatrocientos”, es uno de los períodos más importantes del panorama artístico europeo. Se sitúa a lo largo de todo el siglo XV y es la primera fase del movimiento conocido como Renacimiento.
[3] Florescano, Enrique. La función social de la historia. FCE, México, 2012. p. 342.
[4] Ibídem, p. 347.
[5] Ibídem, p. 345.
[6] Ibíd.
[7] Huizinga, Johan, op. cit. p. 41.
[8] Ibídem, p. 51.
[9] Florescano, Enrique, op. cit. p. 351.

OTHÓN SALAZAR