La Apoteosis de Homero. Jean Auguste
Dominique Ingres, 1826.
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Noé Ibáñez Martínez*
SUMARIO:
Introducción.
La historiografía occidental. La historia cultural: Johan Huizinga. El otoño de la Edad Media. Homo Ludens. Conclusión.
Bibliografía.
Introducción
El
estudio de la historiografía general es amplio y heterogéneo, ya que se analiza
la escritura de la historia a través de algunos de sus exponentes más
representativos, desde la Grecia antigua hasta los historiadores modernos de la
sociedad occidental. Se identifican algunas tendencias, escuelas, problemáticas
y perspectivas que han ido definiendo la labor de los historiadores en diversos
periodos según las manifestaciones de la cultura, el arte y el conocimiento general.
El
análisis de diversas obras y formas de escritura permite identificar los
aspectos de la sociedad a la que se estudia, desde una perspectiva crítica se
conocen sus fundamentos epistémicos, el tipo de lenguaje que utilizan, la
interpretación que le hacen al acontecer, las fuentes y los medios en los que
se basan para reconstruir un hecho. Por ello, cabe resaltar que nuestra
finalidad es interpretar el texto histórico como un acontecimiento en sí mismo,
como un universo de ideas y formas de representación.
Como
estudiantes de maestría en historia regional, la teoría, la filosofía y la
historiografía, se convierten en asignaturas esenciales en el plan de estudios,
para comprender su evolución a través del tiempo. Por causas de fuerza mayor,
derivado de los fenómenos meteorológicos: “Manuel” e “Ingrid”, que afectaron el
estado de Guerrero el mes de septiembre del año pasado, nuestro curso de
historiografía general se vio suspendido, y no hubo forma de analizar las
diversas obras históricas que hubiesen ayudado a comprender la evolución del
quehacer histórico.
No
obstante, las obras de Johan Huizinga: El
otoño de la Edad Media y Homo Ludens,
nos muestran a perfección una forma de historiar que muchos autores definen
como “historia cultural”, surgida a principios del siglo XX, y en este texto
las analizaremos de manera general sin dejar a un lado que la historiografía
general (occidental) abarca otras tendencias, escuelas, obras e
interpretaciones de la historia.
La
historiografía occidental
A
lo largo de los años, el estudio de la historiografía ha sido inestable, polémico
y plural. Desde la Antigüedad, las tribus o los primeros pueblos sedentarios
tuvieron la necesidad de compartir y preservar acontecimientos memorables,
naciendo así la expresión oral, pictográfica y escrita; que poco a poco se fue
perfeccionando. Con las primeras civilizaciones, nació el alfabeto y su
representación en diversos medios y sitios. En Mesopotamia, por ejemplo, se
encontraron tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, con los registros
históricos más antiguos. En los antiguos palacios que se construyeron, se
grabaron inscripciones históricas, escenas de guerra y conquista; además, se
construyeron bibliotecas para guardar archivos administrativos que conservaban
las epopeyas que narraban el origen de los dioses, la creación del mundo, la
catástrofe del diluvio y las hazañas de sus héroes y gobernantes.
Así
también en Egipto, donde la escritura regía el conjunto de las actividades
religiosas, así como la administración del Estado, principalmente porque la
mayor parte de los bienes y riquezas producidas se canalizaban a los templos y
al palacio real, donde quedaban a cargo de los escribas y contables. De modo
que en los reinos de la Antigüedad las narraciones eran apologías del poder, a
cargo de servidores y amanuenses del gobernante.
Un
nuevo contexto político y social se presentó en Grecia y Roma (cuna de la
historiografía occidental). Autores como Homero (La Ilíada y la Odisea)
atrajeron la atención de sus coetáneos. Más tarde, Heródoto y Tucídides
iniciaron el relato escrito, sus primeros intereses fueron los asuntos
militares y políticos, los temas que atraía la atención de las polis griega.
Pusieron las bases de una historia secular, centrados en los hechos políticos
de su país natal y sustentado en datos efectivamente ocurridos.
En
cambio en Roma, la relación entre los historiadores y el poder fue de otro
tenor, pues durante muchos años las autoridades publicaron una crónica oficial
de la ciudad, la república o del imperio, y es sabido que buena parte de sus
cronistas y relatores pertenecía a la clase dirigente. Los historiadores
romanos aunque continuaron la tradición de los griegos, cargaron el acento en
la historia patria y en el compromiso de crear un gobierno de la ciudad
autónomo, fortalecido por la participación activa de sus miembros, y dedicado a
preservar la república.
En
suma, los historiadores griegos y romanos como Heródoto, Tucídides, Polibio,
Salustio, Tito Livio, Tácito y Plutarco, cuyas obras se centraban en los temas
políticos, fueron ejemplo para las generaciones futuras. Escribir historia para
ellos era ante todo un arte literario. Pero se trata de un arte que venía
apegarse a la veracidad. Desde entonces, la importancia de la veracidad en la
investigación histórica permanecerá como requisito fundamental en el arte del
historiar.
Más
tarde, la conversión de Constantino del cristianismo introdujo cambios
drásticos en el contenido y la forma del relato histórico. La Historia eclesiástica de
Eusebio, inicia esos cambios. A partir de ese momento, se escribe una historia
de la iglesia asentada en la autoridad de la fe y no en el valor y la autenticidad
de los testimonios. Los relatos van íntimamente relacionados con la biografía
de los santos. Así, desde el siglo V en adelante, las catedrales y los monasterios
se apoderaron del arte de la escritura en todas sus formas. Santo Tomás de
Aquino es el mejor ejemplo de los libros religiosos.
El
Renacimiento (o más bien, los Renacimientos, como sostiene Jacques Le Goff[1]) rompió con esa
trayectoria aun cuando también se nutrió de ella, como lo han mostrado los
estudios recientes. Ahora sabemos que el Renacimiento fue un proceso histórico
más complejo, que abrevó tanto en la tradición clásica y la escolástica como en
el humanismo y el republicanismo que se desarrollaron en diversas partes de
Europa, pero que especialmente en algunas ciudades italianas. El ideal del
hombre virtuoso que encarnaron los humanistas lo trazó Jacob Burckhardt en su
famoso libro La cultura del Renacimiento
en Italia, y quien se refirió por vez primera al término de Renacimiento.
La
nueva concepción de los historiadores italianos del quattrocento[2] se manifestó cuando
separaron la Antigüedad clásica (Grecia y Roma) de los años oscuros que
comenzaron con la caída de la República en 410 d.C. como el comienzo de una
edad media, un tiempo de escasas luces y falto de hombres ilustres. No
obstante, los humanistas florentinos siguieron el ejemplo adoptado en las
repúblicas italianas: escribieron la historia o la crónica de su ciudad, según el
modelo de los historiadores clásicos griegos y romanos. Nicolás Maquiavelo, uno
de los más grandes representantes del humanismo político italiano, les mostró a
los príncipes y gobernantes la importancia de la política realista en la
organización del Estado y en la creación de sociedades estables, y a los
historiadores les hizo ver que la investigación histórica que ignora la
política se extravía y corre el riesgo de no alcanzar a discernir el núcleo
duro que organiza la vida de las comunidades civilizadas.
Mientras
tanto, a los historiadores de la Ilustración debemos lo que John G. A. Pocock
ha llamado una narrativa ilustrativa.
Es decir, una macro-narrativa sistemática y compleja que unió la retórica de la
Antigüedad clásica, la erudición de los anticuarios y la filosofía en un
discurso que arrancaba de la Antigüedad, proseguía con la edad oscura del
barbarismo y la religión, continuaba con el Renacimiento y concluía en el
esplendor del siglo XVIII, el momento en que la sociedad civil pudo liberarse
de la superstición y del despotismo, trazado así el itinerario de lo que se
llamó “el progreso del espíritu humano”. La gran obra maestra de los hombres ilustres
fue la Enciclopedia, dirigida por
Diderot y D´Alembert. Sin embargo, con obras de Voltaire se inaugura una
narrativa de gran amplitud temporal y espacial, centrada en el desarrollo de
las costumbres, el progreso de las artes, las ciencias, el comercio y la civilización
que podríamos llamar multicultural (nueva historia global). Por ello, se
considera a Voltaire como un historiador moderno que separa la tradición
cristiana y del dogmatismo, un crítico de la edad oscura y de la superstición.
Poco
después, la Revolución Francesa fue un acontecimiento coyuntural para el
estudio historiográfico occidental. Autores como Edmund Burke, Saint Just y Johann
G. Fitche, abarcan y estudian aspectos de la Revolución como la realidad
política, social e ideológica. La participación de historiadores, filósofos y
políticos en el análisis y discusión sobre este suceso, enriqueció y
diversificó el estudio y contexto literario. En síntesis, los historiadores de
Francia, Inglaterra y Alemania inauguraron una nueva forma de historiar al
abarcar distintos ámbitos de la sociedad, con ellos nace también la “historia
cultural”.
La
historia cultural: Johan Huizinga
En
su obra más reciente, escrita raíz de su visita con una conferencia magistral
en Chilpancingo, en diciembre de 2010, La
función social de la historia[3], Enrique Florescano
clasifica al historiador holandés, Johan Huizinga, al suizo Jacob Burckhardt y
al crítico ruso de la literatura Mijaíl Bajtín, como los tres grandes maestros
de la historia de la cultura. “Los tres muy influyentes en la narrativa de los
historiadores del siglo XX”. Por un lado, Burckhardt pensaba que cada lector
tiene una pintura diferente de él, y una nueva de cada lectura”. Y eso mismo,
pensaba, podría aplicarse en cada periodo histórico, pues escribió que “cada
época tenía una nueva y diferente manera de mirar los más remotos periodos del
pasado”.
Por
el otro lado, Mijaíl Bajtín, con su obra La
cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, equivalió a una
revolución en los estudios de la cultura popular y la literatura. La novedad es
que su libro viene a ser el primer estudio en profundidad de la cultura cómica
popular, una tradición de orígenes remotos que sobrevivió a las
transformaciones e imposiciones de la cultura clásica y de la cultura religiosa
medieval y se prolongó hasta el Renacimiento y más allá.[4]
Por
su parte, y de quien se profundiza el análisis de sus obras en este ensayo,
Johan Huizinga, nació en 1872 en Holanda, tuvo formación en literatura, pero
también tuvo muchos otros intereses y cuyo profundo conocimiento de las artes,
la cultura, la historia y la antropología medieval, le permitió producir una
obra única en el siglo XX que hoy en día se clasificaría como un precursor de
la “historia de las mentalidades” o “historia cultural”.
Este
conocimiento sobre el arte y la cultura medieval, produjo en Huizinga apatía
por la modernidad. No le gustaban máquinas o motores, ni el capitalismo ni el
marxismo, ni el arte abstracto. Como dijera Peter Burke, historiador inglés,
“para Huizinga la pala mecánico siempre estuvo en un sentido peyorativo. Si
bien no se elimina la amarga crítica de aquellos tiempos opresivos, Huizinga
tenía confianza en el poder de la vida y la cultura humana”. Como afirma
también Florescano, Huizinga, recibió el llamado de la historia de la cultura e
hizo a un lado la historia política, militar e institucional que predominaba en
los medios académicos. Una frase de Huizinga sobre los fines de la indagación
histórica explica su concepción de la cultura: “La historia, decía, es la forma
intelectual mediante la cual una civilización da cuenta de su pasado”.[5]
A
lo largo de su vida, Huizinga fue profesor en las universidades de Groningen y
de Leiden y produjo varios libros sobre la edad medieval y sostuvo una crítica
dura contra el nazismo y la invasión hitleriana, lo que llevó el cierre de la
universidad de Leiden, su encarcelamiento y finalmente su muerte meses antes de
concluir la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, dos de sus obras marcan un
momento importante en la historiografía occidental: El otoño de la Edad Media y Homo
Ludens.
El otoño de la Edad
Media
Considerada
una obra maestra de Huizinga e incluso del siglo XX, en las 600 páginas
describe magistralmente la vida cortesana en los Países Bajos y Francia, en los
momentos del ocaso de la cultura medieval, y nos pinta los acontecimientos de
los siglos XIV y XV en términos de luces y sombras, pues no cree en las
periodizaciones históricas que todo lo separan. Realiza un paneo de la cultura,
de la vida cotidiana, las creencias y la vida social. Su fuente de información
proviene de un análisis detallado de las obras de arte, pinturas y textos
literarios y también de documentos convencionales que forman un mosaico vivo de
los modos de pensar y de vivir en ese periodo.
Para
Florescano, esta obra “une el juicio estético, la reconstrucción de la vida
cotidiana, las costumbres, el ruido y las voces de la calle, la iglesia y el
mercado, el color de las vestimentas y ceremonias, la alternancia de las horas
de fiesta con las de dolor y pesadumbre, la variada sensibilidad de los hombres
y mujeres del campo y la ciudad, del pueblo bajo, la corte y los gobernantes,
las diferentes tonalidades del culto y de las creencias religiosas, todo ello
iluminado por la luz del claroscuro”.[6]
En
la obra, Huizinga se sumerge en la vida intelectual, artística y espiritual,
rastreando el ritmo, es estilo, los colores de la época de inquietud y miedo.
En los 22 capítulos que consta el libro de lectura amena, cómica, seria, satírica,
científica y apasionada, nos transporta a edad caballeresca, romántica,
fantasiosa, placentera y —a la vez— oscura, tenebrosa, sangrienta. En este
sentido, Huizinga se pregunta con la etapa otoñal medieval: ¿qué es lo acaba?
¿qué es lo que comienza?
Si
bien, la temporalidad de la Edad Media aún sigue en discusión, ya que los
clásicos la ubican entre el año 476 d. C. y 1492, y que a partir de esta fecha
inicia el periodo de Renacimiento, estudios actuales han demostrado un problema
de temporalidad de dicho periodo. Para Huizinga, no acaba ni comienza nada.
Todo fluye. La humanidad navega en un río infinito y borrascoso. La historia no
se desarrolla bajo una sola unidad tonal. Y así nos muestra que el punto que
separa la última Edad Media del primer Renacimiento es tan sutil que no se
nota. De aquí su crítica hacia sobre la periodización histórica de Jacob
Burckhardt en La cultura del Renacimiento
en Italia. Huizinga contesta a la imagen tradicional de la Ilustración que
considera a la Edad Media como la "Edad de las tinieblas", como un
período en el que las luces de la cultura humana se habrían retirado.
Lo
que hace Huizinga con su libro es precisamente poner en relieve las líneas de
continuidad entre la Edad Media y el Renacimiento. Para él, no hay una
"decadencia”, empero si un "otoño" o un tiempo de un ciclo que
anuncia una continuidad. Sobre este punto, Jacques Le Goff, En (su) busca de la Edad Media se pregunta: ¿acaso sabía el hombre de 1492
que, al dormirse el 31 de diciembre en la noche de la Edad Media, se iba a
levantar el día siguiente, 1 de enero de 1493, en la mañana del Renacimiento?[7]
Jacques
Le Goof, un medievalista y heredero de los Annales,
habla incluso de una larga Edad Media y que ésta no empieza en el año 476 ni
finaliza en 1492, según la división tradicional occidental. Le Goff en
resumidas cuentas, dice que: “los cambios no se producen nunca a golpe, en
todos los sectores y en un solo lugar. Por eso he hablado de una larga Edad Media, una Edad Media que, en
ciertos aspectos de nuestra civilización, perdura y, en ocasiones, se extiende
mucho más allá de las fechas oficiales”.[8]
El
estudio medieval se convierte en un tema apasionante, por ello, El otoño de la Edad Media se convirtió
en un clásico de la historiografía del siglo XX, no sólo por la vasta
erudición, la riqueza documental y densidad teórica, sino también por la prosa
elegante, los juegos de palabras y el ingenio del autor.
Homo Ludens
Al
igual que El otoño de la Edad Media, este
libro de Huizinga, una de sus últimas obras (1938), sintetiza una posición
filosófica general sobre el un elemento de la cultura y naturaleza del hombre: el juego. La tesis que sostiene es que
el juego es el hecho cultural primario, la forma elemental de las principales
manifestaciones del espíritu humano.
Sin
duda, Homo Ludens es el primer
trabajo teórico, científico e introductorio al estudio del juego como elemento
cultural, sin embargo, Huizinga reconoce las limitaciones del trabajo teórico y
compara los datos con las circunstancias históricas del momento. De ahí deriva
que varios de los compañeros de la maestría reconocieran una lectura forzada y
que el autor buscara elementos teóricos necesarios para ir explicando el
fenómeno del juego como un elemento cultural.
Incluso,
Huizinga aclara en la parte introductoria del libro: “El lector de estas
páginas no debe esperar encontrar una justificación detallada de todas las
palabras usadas. En el examen de los problemas generales de la cultura, estamos
constantemente obligados a hacer incursiones predadoras en regiones que el
atacante no se las ha explorado lo suficiente. No había ninguna posibilidad
para mí, para rellenar previamente todas las lagunas de mi conocimiento. Tuve
que elegir entre escribir ahora o nunca, y yo elegí la primera solución”.
Ya
adentrado en el texto, Huizinga explica y busca ejemplificar los diferentes
comportamientos, las posiciones, el significado y la representación del juego
en diferentes momentos de la historia. Por el momento que vivió, en víspera del
inicio de la segunda Guerra Mundial y que los Países Bajos estuvieran bajo el
régimen nazi, Huizinga hace una crítica directa a todos los regímenes
totalitarios y a la utilización perversa que éstos hicieron del deporte. Siendo
rector de la Universidad de Leyden pronunció varios discursos de resistencia. Por
ello, gran parte del desencanto de Huizinga con el deporte como una forma
moderna del juego proviene de la utilización, por la propaganda nazi, de los
Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.
Y
explica: “En ningún otro caso el respeto de las reglas del juego es más
absolutamente necesario que en las relaciones internacionales, si no se tienen
en cuenta estas reglas, la sociedad cae en la barbarie y el caos. (...) [La]
política contemporánea parece tener pocas huellas de la actitud lúdica original”.
Huizinga desprecia el antiguo código de honor, al dejar de lado las reglas del
juego, en contravención del derecho internacional y pierde todas las viejas
relaciones de la guerra con el ritual y la religión.
Varios
autores contemporáneos coinciden que Homo
Ludens es una obra de madurez, un libro que fue diseñado por toda una vida,
escrito por un erudito con conocimientos extensos en mucha áreas. Por lo tanto,
no es exactamente un libro sencillo. Hay sutilezas y juegos de palabras y un
montón de información histórica y frases en varios idiomas, todo ello en el
servicio de la tesis de Huizinga según la cual la cultura proviene del juego,
el puro juego es el elemento creativo de la humanidad y que este principio ha
sido tradicionalmente descuidado en las ciencias sociales.
Conclusión
Como
mencioné al principio de este texto, el estudio de la historiografía general
requiere de un espacio más amplio para un análisis más serio y profundo, ya que
se requiere tomar en cuenta tres referentes generales del texto histórico: 1)
La estilística 2) La hermenéutica y 3) La heurística. Con el primer término nos
referiremos concretamente al tipo de lenguaje que utiliza el historiador
(descriptivo, denotativo, poético, etcétera). La hermenéutica, por su parte, se
refiere a la concepción general del mundo representado por la obra histórica y
a las fuerzas, protagonistas u objetos que lo integran. Finalmente, con el
término heurística nos referiremos a todos los elementos que sustentan la obra
historiográfica desde el punto de vista cognitivo o epistemológico, tomando en
cuenta tanto la información recabada por el historiador (testimonios,
documentos y datos en general), como los distintos principios metodológicos que
le permiten criticarla y sistematizarla.
Sabemos
que en el siglo XIX fue el siglo del reconocimiento e institucionalización de
la historia como disciplina autónoma, el XX fue testigo del triunfo de una
concepción de la historia paradigmáticamente occidental que se asentó y
reprodujo en las academias e instituciones universitarias, un fenómeno que va
de 1940 a 2000. Florescano sostiene que “en la segunda mitad del siglo XX la
historia experimentó una explosión fenomenal en el número de publicaciones de
todo género y una multiplicación de sus especialidades o áreas temáticas”.[9]
Actualmente,
nuevas tendencias y nuevos retos teóricos y metodológicos se presentan en el
arte de historiar, adquiriendo cada vez mayor importancia la historia regional y la microhistoria en las aulas de las
universidades estatales y regionales, que sin duda, estos estudios permitirán reinterpretar
la historia nacional o global.
* Maestría en Historia Regional. Universidad Autónoma de Guerrero.
[1] Véase la obra, En busca de la Edad Media, Paidós, España, 2003.
[2] En castellano significa
“cuatrocientos”, es uno de los períodos más importantes del panorama artístico
europeo. Se sitúa a lo largo de todo el siglo XV y es la primera fase del
movimiento conocido como Renacimiento.
[3] Florescano, Enrique. La función social de la historia. FCE,
México, 2012. p. 342.
[4] Ibídem, p. 347.
[5] Ibídem, p. 345.
[6] Ibíd.
[7] Huizinga, Johan, op. cit. p. 41.
[9] Florescano, Enrique, op. cit. p. 351.