El curso de Seminario
de Didáctica de la Enseñanza de la Historia que se imparte en la Maestría
en Historia Regional de la Universidad Autónoma de Guerrero, fue una
experiencia nueva de formación escolar para los estudiantes que participamos en
ella. Si bien, entre sus objetivos estaba construir una nueva mirada en
relación a la teoría y práctica de la enseñanza de la historia, pero debido al
tiempo destinado a ella, solo fue posible analizar y comentar dos autores (Hugo
Zemelman y Estela Quintar), quedando pendientes otros y el análisis de temas
centrales del curso relacionados directamente con los elementos teóricos,
metodológicos y epistémicos de la enseñanza de la historia. No obstante, la
relación entre los textos que analizamos y la enseñanza de la historia, no
están aislados. De hecho, el paradigma de la enseñanza de la historia, la
memorización de nombres de héroes, fechas y lugares, que ha marcado generaciones
de estudiantes y han visto a la historia como una materia aburrida y sin
importancia, tiene y debe de romperse y buscar que esta asignatura sea dinámica
y haga pensar y re-pensar a los jóvenes sobre su pasado y presente.
Los trabajos que realizamos durante el curso: por qué estudio la maestría, la crónica
de los primeros días de clases y mi experiencia educativa, han servido para
pensar y re-pensar mi proceso formativo en relación con la educación que se
imparte en las aulas actualmente y la posible dirección que las políticas
oficiales guían la formación de los niños y jóvenes. Además, fue una
oportunidad de reflexionar sobre mi papel como estudiante de historia y la
función que ésta debe desempeñar en una sociedad cambiante, para tratar de evitar
que exista un “desajuste” entre la teoría y la realidad, que cada vez, es más compleja
y distante.
Durante el seminario,
hablamos y discutimos de varios aspectos de la educación. Desde nuestra experiencia
educativa propia hasta del modelo de enseñanza en el país y los parámetros que
establece el Estado para la educación de sus ciudadanos. Todo esto relacionado
con el análisis y la propuesta de Hugo Zemelman y Estela Quintar, quienes
proponen una nueva enseñanza-aprendizaje que rompa con los esquemas y
parámetros establecidos. Una educación que recupere el sujeto y lo haga pensar
y pensarse en y de su entorno, con “la finalidad de promover una educación
emancipadora”.
No es intención de este texto recuperar y explicar la
propuesta didáctica de Zemelman y Quintar, tampoco es hacer un análisis
pormenorizado de lo que ha sido y es el modelo educativo en México. Pero sí, me
parece importante, recuperar lo siguiente: 1) la redefinición de lo que para mí
es la educación y el modelo educativo en el que me instruí, haciendo una
comparación con el modelo actual, 2) el análisis de una enseñanza-aprendizaje
no parametral como alternativa para la formación de niños y jóvenes
actualmente, y 3) la importancia de la enseñanza de la historia y el ajuste que
debe existir entre lo que hacen en las aulas y lo que sucede fuera de ella.
La
educación como proceso de formación
La educación a lo largo del tiempo ha tenido
múltiples interpretaciones, según el momento histórico de cada sociedad y el
modelo que establece el Estado para la formación de sus ciudadanos. En México,
el derecho universal a la educación quedó plasmado en la Constitución Política
pero el modelo educativo ha sido cambiante a lo largo de los años, según lo que
cada gobierno ha considerado lo correcto y lo idóneo para la educación del
país, con la intención, por un lado, de abatir el rezago educativo y el por
otro, lograr la educación universal y que ésta sea el principal motor para el
desarrollo social, económico, político, científico, tecnológico y cultural.
Sin duda, no existe un único concepto de educación.
La multiplicidad y heterogeneidad de definiciones es consecuencia de las
interpretaciones, debates y aplicaciones que se le ha dado a lo largo del
tiempo y del espacio. Por ello, se ha tenido la necesidad de identificar y
clasificar tipos de educación como lo son: la formal, la no formal y la
informal. La educación formal es con
la que nos formamos en las escuelas, desde preescolar hasta el nivel
universitario, basado en un control curricular y sistemas establecidos
generalmente por el Estado. La educación no
formal, se refiere a cursos, entrenamientos, academias y talleres que no
están regidos por un control curricular. Y la educación informal es aquella que recibimos en el ámbito social, en la
familia, con el grupo de amigos y toda aquella que nos permite socializar con
el resto de las personas.
Desde luego, todo ser humano ha recibido la
educación informal, sin embargo, cierto número de personas no accede o no ha
accedido a la educación formal o no formal, principalmente por su entorno
socioeconómico, por lo que su mundo es reducido, limitándose al aprendizaje
empírico y a las experiencias adquiridas a lo largo de su vida, y que en la
mayoría de los casos, se especializa en ciertas actividades. Lo contrario le
sucede a una persona que accede a la educación formal, principalmente a un
nivel medio superior o superior, porque permite que su mundo se expanda y se
abra a nuevos conocimientos, aprendizajes y enseñanzas. Sus expectativas sobre
la vida y su conciencia sobre su rol social generalmente la tienen clara y
definida, a su vez, aseguran un futuro educativo más sólido para sus hijos.
Por todo ello, podemos decir que la educación es un
proceso de formación mediante el cual se transmiten conocimientos, valores,
costumbres y formas de actuar a lo largo de la vida, y que a su vez, definen la
personalidad de la persona (moral, ética, conductual, personal, intelectual,
cultural y social), es decir, definen la forma de ser y forma de ver el mundo,
su pasado, su presente y la proyección de su futuro. Este proceso se da gracias
principalmente a dos fenómenos: aprendizaje
y enseñanza. Por un lado, el aprendizaje
permite al individuo recibir todo tipo de conocimientos a través de sus
sentidos sensoriales en su entorno o a través de los medios que llega acceder
(principalmente los medios masivos de comunicación). Y por el otro, la
enseñanza permite establecer un mecanismo de intercambio de información
(conocimientos) con las demás personas establecimiento lo que se conoce como diálogo.
El contexto en el que comúnmente se establece el mecanismo
enseñanza-aprendizaje es en las aulas, entre el alumno y el profesor; es decir,
una educación o formación formal. Aunque también, se da el caso en el entorno
familiar o social, es decir, una educación o formación informal.
Ciertamente, las primeras lecciones de aprendizaje
las recibe todo ser humano en el seno familiar. Conforme pasa el tiempo y va
creciendo el niño, su mundo se amplía poco a poco y su conocimiento también
crece y se diversifica, ya que comienza a relacionarse con sus amigos y
comparten experiencias, curiosidades, conocimientos, etcétera. Sin embargo, el
aprendizaje es heterogéneo ya que depende del entorno familiar y social en el
que crece y se educa cada niño. De manera que su aprendizaje es informal hasta
que entra en contacto con la escuela.
Al integrarse a un sistema educativo, el niño o la
persona adulta[1], su educación o formación
se vuelve formal o no formal; ya que esta institución marca un parámetro qué
seguir, qué enseñar y qué es lo que el niño o la persona tiene o debe de
aprender para continuar con los siguientes grados académicos. Pero no con ello
deja de aprender fuera del aula, ya que el aprendizaje informal es continuo,
llega de diferentes direcciones y el niño o la persona adulta capta o procesa
la información que considera importante, llamativa, esencial o indispensable
para su vida.
Como mencionamos anteriormente, la educación o la
formación que recibe cada niño es heterogénea y de ella depende en la mayoría
de los casos su futuro. Es decir, el aprendizaje del niño depende de cuatro
cuestiones internas y externas:
1) Entorno
familiar y social. La educación de un niño depende por las condiciones
sociales, económicas y culturales del seno familiar (interno) o social
(externo). Para acceder a la educación formal, tendrá que tener respaldo,
apoyo, guía y participación de los padres de familia en conjunto con la
escuela. Si éstos no tienen cierto nivel educativo, cultural o conciencia sobre
la importancia de la educación, poco interés tendrán sobre la educación de su
hijo. Además, aunada la situación económica, más probable que el niño sea
obligado a trabajar y abandonar la educación formal, como sucede en muchos
casos principalmente en el estado de Guerrero.[2] Y
también, el entorno social en el que vive el niño (delincuencia, violencia
social, narcotráfico, etc.), será factor esencial para definir si continúa en
la educación formal o la abandona.
2) Tipo de
información. Relacionado con el punto anterior, la educación de un niño
depende del tipo de información o conocimientos que adquiere, sea ésta formal o
informal. Es decir, en la educación formal en donde la escuela ya establece un
parámetro de lo que tiene que enseñar, muchas veces ésta tiende a no ser
completa, correcta o no es bien aplicada por los maestros. De manera que, puede
existir una diferencia entre la enseñanza de una escuela y otra (rural y
urbana, por ejemplo).
3) Proceso de
información. Un factor fundamental en la educación es la forma en cómo
capta o procesa la información (enseñanza) que recibe. Si bien, en la educación
informal recibe todo tipo de enseñanzas multidireccionales, y muchas de ellas
perjudiciales para su desarrollo, por ello, es importante saber cómo procesa
dicha información.
4) Aplicación
de conocimientos. Derivado del punto anterior, parte del proceso de
educación es la aplicación o materialización de la información o conocimientos
adquiridos. Para que de esta forma, se cumpla con el ciclo y se generen nuevos
conocimientos.
Todas las personas pasamos y seguimos pasando por
el este proceso continuo e inacabado. La educación, el aprendizaje y la
enseñanza son partes de la naturaleza del ser humano, como el hecho de comer y
dormir. Todos los días aprendemos y enseñamos, sea ésta formal, no formal o
informal.
¿De
educación parametral a no-parametral?
En los últimos años, hemos escuchado o leído que la
Secretaría de Educación Pública (SEP) ha puesto en marcha nuevas estrategias y
metodologías de enseñanza-aprendizaje con el objeto de mejorar la calidad de la
educación, particularmente en el nivel básico. Esta intención sucede en todos
los cambios de gobierno o por lo menos en el discurso. Con ello también se ha
buscado disminuir la deserción escolar y lograr la universalidad de la
educación. Sin embargo, en el plano real poco se ha avanzado y el discurso
oficial continúa siendo el mismo.
En la última década surgió una nueva estrategia
pedagógica basada en competencias, es
decir, un conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas que desarrolla una
persona para comprender, transformar y practicar en el mundo en el que vive; la
cual retomó la SEP para aplicarla en las escuelas públicas del país, siguiendo
un estricto parámetro curricular. En teoría suena excelente, sin embargo, en la
práctica, en el desarrollo de conocimientos y habilidades, deja que desear por
varios motivos: errónea aplicación e interpretación de las competencias, su
evaluación se rige por estándares internacionales las cuales no garantizan el
desarrollo pleno de las habilidades y el aprendizaje, dejan a un lado el
desarrollo humano, la capacidad de reflexión, el análisis y la concientización
del contexto social del educando.
La educación por competencias desde que se
implementó cada vez ha ido reforzándose hasta aplicarse en el nivel medio
superior, no sólo en las instituciones que dependen de la SEP sino también en
instituciones autónomas y privadas. Los docentes en innumerables ocasiones han
sido capacitados para aplicar esta estrategia y han tratado de explicar a sus
estudiantes el nuevo modelo, asimismo, los materiales didácticos se han
adaptado a ello; sin embargo, existe una serie de condiciones que han frenado
la correcta aplicación de dicho modelo educativo y por lo tanto, los resultados
no han sido los deseables.
Esta práctica educativa parametral no está muy
lejos en forma de la educación de
hace algunas décadas. En aquella ocasión, a muchos de nosotros nos tocó lo que
se conocía como educación o enseñanza tradicionalista, la cual consistía (o por
lo menos se daba entender) en que el maestro era quien sabía de los temas y era
el único que exponía, enseñaba, transmitía los conocimientos, evaluaba y
aprobaba o reprobaba a los estudiantes. Éstos solo se limitaban a escuchar,
ver, memorizar, repetir, transcribir y realizar las actividades que el maestro
decidía. No obstante, el enfoque por competencias trata de romper con la
enseñanza tradicionalista, intentando que el estudiante sea el sujeto de
estudio, y no una parte del ciclo educativo como se veía antes. Ahora el
profesor ya no es el protagonista sino solo un facilitador, un guía o un
intermediario entre el conocimiento y el educando.
A pesar de estos intentos, no se ha podido
erradicar por completo la enseñanza tradicionalista en las escuelas públicas.
Muchos profesores continúan enseñando de la misma forma aunque con materiales
didácticos por competencias. Ante esta situación, los estudiantes tampoco se
preocupan por tomar la iniciativa, se “conforman” con lo que el maestro enseña,
expone, transmite. Pareciere ser un círculo vicioso que requiere una profunda
transformación, ya que se necesita crear el ambiente idóneo para educar, desde
la actualización y capacitación del profesor hasta el equipamiento de las aulas
con materiales técnicos y pedagógicos necesarios para la enseñanza-aprendizaje.
Afortunada o desafortunadamente, como estudiante no
me tocó el modelo educativo por competencias, aunque cuando estaba en el
bachillerato (2003-2006) ya escuchaba a mis maestros hablar del nuevo modelo de
enseñanza y que tenían que asistir a cursos de actualización y varios de ellos
apresurarse para su titulación por la nueva normatividad que venía encima.
Aunque durante el tiempo que estuve allí, siguieron enseñando como
tradicionalmente lo habían hecho. Como estudiantes, tampoco nos preocupamos por
preguntar o investigar de qué se trataba el nuevo modelo, estábamos conformes,
a gusto, con lo que nos enseñaban, siguiendo el parámetro que imponía la
secretaría de Educación en Guerrero o la SEP.
Debo reconocer que hasta ahora en el Seminario de Didáctica de la Enseñanza de la
Historia I, no había escuchado o
leído sobre una didáctica no parametral, mucho menos haber leído a Hugo
Zemelman o Estela Quintar. A leerlos, comprendí que su propuesta no se aleja
mucho de Paulo Freire, a quien ya había leído varios de sus textos. Ambos coinciden
en un punto fundamental: que la
educación, además de liberadora y concientizadora, su fin principal deber ser
la emancipación. Zemelman, Quintar y Freire, proponen una educación
profundamente revolucionaria, apartada totalmente de los parámetros oficiales
que impone el Estado. Esta propuesta no parametral que busca recuperar el
sujeto histórico para crear conciencia de su entorno, difícilmente podrá ser
aplicada en las escuelas públicas controladas por la SEP, salvo algunos casos
autónomos como el Sistema Educativo Rebelde Autónomo Zapatista de Liberación
Nacional de los Altos de Chiapas (CGSERAZLN),[3]
algunas escuelas autónomas en Michoacán y la Escuela Altamiranista Guerrerense.[4] Estas
voces y acciones locales y regionales nacen precisamente como una forma de
resistencia ante el avance del modelo neoliberal que sepulta lenguas,
tradiciones, costumbres y culturas de los pueblos originarios, quienes además
rechazan la imposición de una educación oficial centralizada y luchan por
recuperar una enseñanza multicultural y preservar lo que es suyo.
La propuesta de la didáctica no parametral de
Zemelman y Quintar, que surgió como consecuencia de una serie de condiciones
sociopolíticas que vivieron a mediados de los años sesenta, en sus natales
Chile y Argentina, respectivamente; fue que pudieron desarrollar, inicialmente
Quintar pero basada en el pensamiento teórico de Zemelman, la propuesta de enseñanza no parametral. En ella propone
que el sujeto recupere su memoria histórica, que se dé cuenta o que nos demos
cuenta, juntos, lo que nos pasa y por qué nos pasa, subjetiva y colectivamente
hablando, esto nos llevará a proponer alternativas de transformación de la
realidad, desde la educación preescolar hasta el posgrado. Además, propone una
enseñanza menos rígida, que haga al sujeto un ser pensante de sí mismo y de su
entorno, que reflexione, que cuestione, que critique, que proponga, que recupere
su palabra. Un sujeto con conciencia histórica y social. Es decir, educar y
educarse desde el contexto en el que vive el estudiante, es ayudar a comprender
e interpretar su mundo y su realidad, para transformarlo de una manera
consciente.
Ahora, ¿es posible transitar de una educación
parametral a una educación no parametral? Sí, pero el sistema educativo
mexicano no lo permitiría. Salvo a costa de una rebeldía como las escuelas
zapatistas o la altamiranista que mencionamos anteriormente. Además, el mismo
modelo educativo y económico nacional está controlado por grandes organismo
internacionales, quienes a su vez establecen los parámetros y guían la
educación hacia otros horizontes. Lo más factible en estos momentos, es que los
docentes recuperen o retomen lo esencial, lo básico, lo importante de cada
propuesta educativa para aplicarla en las aulas.
También es importante reconocer (luego de la
aprobación de la reforma educativa) que el cambio en la educación no vendrá de
una gran reforma nacional, sino por el esfuerzo del hogar, el aula, la escuela,
la comunidad; los padres de familia, los maestros, los educandos. Por ello, es
esencial recupere la participación de los padres de familia en la educación de
sus hijos, ya que en estos momentos se encuentran divorciados con la escuela y
dejan la “carga” a los profesores.
La
enseñanza de la historia y el “ajuste” entre teoría y realidad
Bien, si
enseñar y enseñarse es una tarea complicada para cualquier nivel o grado
escolar, creo, es más complicada la enseñanza de las ciencias sociales y
particularmente la historia para cualquier nivel educativo. Es común escuchar a
los jóvenes que nos les gusta la historia, que es aburrida, que no tiene
importancia; pero la cuestión no es que la materia sea aburrida, sino la forma
en cómo y desde dónde se les enseña, y cómo y desde dónde tienen que
interpretarla los alumnos.
En la
experiencia personal, reconozco que los profesores de historia que tuve tanto
en la secundaria como en el bachillerato, carecían de una propuesta o metodología
de enseñanza de la historia, solo se limitaban a explicar algunos aspectos de
la historia o dictaban apuntes de lo que consideraban más importante. Lo cual,
desde luego, aburría o nos restaba interés. Asimismo en las evaluaciones, nos
obligaban, casi, de aprender nombres, fechas y acontecimientos importantes de
la historia. Por ejemplo en los exámenes que eran de opciones múltiples, venían
preguntas como:
1.- ¿En qué año inició la Revolución Mexicana?
a) 1810 b) 1917 c) 1910 d) 1920
Estas
preguntas no nos ayudaban a pensar y reflexionar sobre la historia, nuestro
presente, mucho menos sobre un probable futuro. Eran preguntas con respuestas
concretas, cerradas e incluso, sin sentido. De esta forma era (y sigue siendo)
la enseñanza de la historia en secundarias y bachilleratos, a pesar de
innumerables cursos de actualización a profesores bajo el modelo educativo por
competencias que ya se implementa en casi todas las escuelas. Por lo que, a
base de la propuesta metodológica de Quintar, es posible recuperar y proponer
nuevas alternativas y dinámicas para la enseñanza de la historia y otras
ciencias sociales. Es posible que a través de ellas, se recupere el sujeto
histórico y a su vez, la conciencia sobre lo que acontece en el entorno social
y familiar.
Ante esto, tiene
razón Zemelman al preocuparse del distanciamiento que existe no sólo entre las
ciencias sociales y la realidad social sino las universidades públicas mismas y
la sociedad actual. Él lo llama un “desajuste” entre la teoría y la realidad.
Ya que mientras los estudiantes aprendemos conceptos, teorías, leemos autores y
consultamos bibliografías en las aulas y bibliotecas; la realidad fuera del
aula se encuentra muy avanzada. Por ejemplo, mientras en las aulas de UAFyL se
enseña la historia contemporánea la cual se encierra en los acontecimientos de
los años 60 y 70, y de ella los alumnos cimientan sus investigaciones y
lecturas, pocas veces relacionamos esa historia con los hechos y acontecimientos
actuales. Entendemos ese pasado como si fuera un acontecimiento aislado sin
consecuencias en la actualidad y quizás, nuestra idea es que los
acontecimientos que suceden actualmente, tocarán estudiarse dentro de 15 o 20
años.
Es esta la
preocupación que comparto con Zemelman, particularmente la UAFyL debe ser
pionera en formar a estudiantes pensadores, críticos y con propuesta social
para la realidad que se esté viviendo. Pero no es así, son pocos los que
sobresalen y alzan la voz para manifestar, cuestionar, criticar, indagar y
analizarla el pasado y realidad del presente. Pareciera ser que la UAFyL es una
institución más como cualquier otra escuela técnica o institución que forma
estudiantes de ciencias naturales o exactas.
Por ejemplo, muchos
compañeros que tuve en la licenciatura y otros que cursan actualmente alguna
carrera de las cuatro modalidades que ofrece, están ahí porque no tuvieron
oportunidad de entrar en alguna otra carrera de la Universidad; y Filosofía y
Letras fue su última opción. ¿Por qué? —Porque
son carreras muy fáciles, lo único que tienes que hacer es leer y hacer algunos
trabajos y los maestros te pasan con diez, te la llevas relajado y sin
preocupación. Al concluir, consigues
un trabajo de maestro y ya—. Son
los argumentos que exponen al cuestionarles sobre su estancia en esta
institución. Hace falta compromiso y conciencia histórico-social, no solo de
los estudiantes sino también de los docentes y la escuela. Habría que
enseñarles que recuperen su voz, su palabra, tal como trabajamos en el
Seminario, que desde luego, fue una gran y provechosa experiencia. Además,
habrá que crear medios que difundan los trabajos de investigación, no solo de
los catedráticos sino de los estudiantes, para que vayan practicando el oficio de
historiador.
*
Maestría en Historia Regional. UAFyL-UAG. Trabajo final que se presenta en el Seminario de Didáctica de la Enseñanza de la
Historia I, que coordina el Mtro. Joel Iturio Nava. Chilpancingo de los
Bravo, Gro., a 20 de diciembre de 2013.
[1] Aplica para las
personas jóvenes y adultas mayores de 15 años que no tuvieron acceso o no
tuvieron la oportunidad de asistir a una escuela para formarse de acuerdo a los
planes que marca el sistema educativo nacional, pero que posteriormente,
gracias a los programas educativos para adultos, principalmente el INEA, se reintegran
al sistema escolar para cursar los niveles de alfabetización, primaria y
secundaria.
[2] Un ejemplo
claro es mi experiencia educativa personal que expuse anteriormente en otro
trabajo, la cual puede identificarse con muchos otros casos, tanto de mi
generación como actualmente en la región de La Montaña y otras zonas
marginadas.
[3]
Para un mayor acercamiento a las escuelas zapatistas, ver a Baronnet, Bruno. Autonomía y Educación Indígena: Las escuelas
zapatistas de las cañadas de la Selva Lacandona de Chiapas, México. Tesis doctoral. Disponible en: http://www.cedoz.org/site/pdf/cedoz_886.pdf
[4] Véase: Chávez,
Adazahira, Escuela Guerrerense
Altamiranista, una alternativa para la educación amenazada. Disponible en:
http://www.jornada.unam.mx/2013/10/12/oja-escuela.html
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