Acapulco, 2013. |
Noé Ibáñez Martínez
Históricamente, los fenómenos naturales han golpeado fuertemente a México, dejando miles de damnificados,
muertos y daños materiales incalculables. El estado de Guerrero no es exento de
estas calamidades que han dejado cicatrices, muchas veces, irreparables y que quedan
en la memoria colectiva.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL),
México está clasificado como uno de los 30 países en el mundo más expuestos a
tres o más tipos de peligros naturales. Ubicado a lo largo del “cinturón de fuego” donde
ocurre el 80% de la actividad sísmica mundial, México se encuentra en alto
riesgo de sufrir desastres geológicos. En promedio, el país experimenta más de
90 sismos al año con una magnitud de 4 grados o más en la escala de Richter. Entre
1970 y 2009, aproximadamente 60 millones de personas se vieron afectadas por desastres
naturales en el país.
El terremoto de 1985 que devastó la ciudad de México, el impacto del
huracán Paulina en Acapulco en 1997,
o recientemente, los daños provocados en Guerrero por la tormenta tropical Manuel y el huracán Ingrid en 2013, tienen el común de que el desastre ocurrió cuando
estos fenómenos rebasaron al gobierno y se tuvo que actuar conjuntamente con la
sociedad para hacer frente a las emergencias.
En las últimas décadas el ser humano ha sido testigo del incremento de
la intensidad de los fenómenos naturales, y por ende, los daños cada vez son
más considerables, y para el psicoanalista austriaco Sigmund Freud gran parte
estos sufrimientos proceden de la cultura del mismo ser humano.
Recordemos que el hombre es un ser cultural, es decir, posee un conjunto
de conocimientos, creencias, arte, moral, ley, costumbres y toda la serie de
capacidades y hábitos que adquiere en tanto es miembro de una sociedad dada. Por
tanto, la cultura sintetiza su producción material y espiritual.
Por ello, Freud en sus Reflexiones
sobre la cultura sostiene que ésta también lleva gran parte de la culpa por
lo que sufrimos, y que podríamos ser mucho más felices si la abandonásemos para
retornar a condiciones de vida más primitivas; porque de todos los recursos con
los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden
precisamente de esa cultura. ¿Por qué?
El ser humano adapta al medio y evoluciona no sólo biológicamente, sino
también culturalmente. La naturaleza y la cultura son dos aspectos inseparables
que influyen en el ser humano y determinan su comportamiento. De hecho, el
hombre es el único ser que posee cultura: la cultura manifiesta e identifica al
hombre, pues no es algo “sobreañadido” a la condición humana, sino es
consecuencia de su inteligencia y libertad. Ningún otro ser es capaz de cambiar
la naturaleza y adecuarla a sus necesidades, sino que, por el contrario, se
adapta al medio. Así pues, mientras que la naturaleza significa lo que es
innato en el hombre y lo que existe fuera de él sin su intervención, la cultura
abarca todo aquello que debe su origen a la intervención humana consciente y
libre.
Los hombres, en su actividad, no se conforman con adaptarse a la
naturaleza. Transforman a esta en función de sus necesidades en evolución.
Inventan objetos capaces de satisfacerlos, y crean medios para producir estos
objetos; herramientas y luego máquinas muy complejas. Construyen viviendas,
tejen vestidos, producen otros valores materiales, etcétera.
Para Freud, el desarrollo de la cultura material tiene que ver con las
necesidades mismas del hombre. A medida que incrementa el número de habitantes,
éstos avanzan y conquistan nuevos terrenos gracias al grado de cultura que
desarrollen, modificando la estructura natural de medio ambiente para
satisfacer sus necesidades.
La cultura ha tenido múltiples características en distintas partes del
mundo a través del tiempo. Pero sin duda, la cultura material es la que ha
determinado el curso de la historia del hombre y su relación con la naturaleza,
a través de un modo de producción.
En concreto y aunque se interprete de manera cruel, la mayor amenaza de
la naturaleza es su utilidad, por ello es importante regular las relaciones de
los hombres con el medio ambiente, como propone el historiador francés Fernand
Braudel, que entre una civilización y un progreso “tiene que haber un
equilibrio razonable” para suavizar el impacto de estos fenómenos naturales
impredecibles en nuestra sociedad.
hist23@gmail.com
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