Disertaciones | Noé Ibáñez Martínez
La indisciplina de las corrientes o ‘tribus’ y la ausencia de un
liderazgo para mantener la cohesión, llevó nuevamente al PRD esta semana a
exhibir la crisis política por la que atraviesa y que viene arrastrando desde
hace varios años, alargando solo su agonía.
La causa esta vez fue el desacuerdo de sus corrientes con la estrategia
de alianzas electorales con el PAN planteada por su presidente Agustín Basave,
en los estados donde habrá elecciones para gobernador en junio de este año.
El propio Basave amagó primero con renunciar a la dirigencia si no se
concretaba la alianza con el Partido Acción Nacional, y después lo hizo oficial
ante el Comité Ejecutivo Nacional, horas antes de que las ‘tribus’ finalmente
aceptaran ir en coalición en los estados de Veracruz y Oaxaca.
Tras esto, el dirigente aceptó quedarse en su puesto y justificó que su
amago con renunciar no se debía a un chantaje o un berrinche, sino como
presidente no tenía autoridad. Admitió que el PRD no está en su mejor momento,
“pero podemos lograr buenos resultados”, afirmó.
La designación de Agustín Basave como presidente del sol azteca suponía
el reconocimiento —aun a regañadientes— de un arbitraje interno entre las
corrientes en pugna y la oferta de un liderazgo confiable hacia el exterior del
partido. Pero ningún árbitro puede cumplir su labor si los jugadores ignoran de
plano sus decisiones y si el arbitraje carece de reglas mínimas exigibles para
todos los contendientes. Es más, si lo único que buscan las corrientes es
conservar o incrementar sus cuotas de poder y/o manipular a los integrantes de
la dirigencia nacional.
El PRD ya había venido dilapidando la militancia de varios de sus
fundadores originales —y de manera destacada las de sus candidatos
presidenciales Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador— y ya había
agotado la posibilidad de establecer un liderazgo interno aceptado por sus
propias corrientes.
Además, el PRD también enfrenta los embates políticos de Morena, que se
ha convertido en su principal amenaza para ser la principal fuerza electoral
opositora del país. Asimismo, los reiterados errores de sus representes en
gobiernos locales se reflejó en el descalabro electoral que sufrió el partido
en las elecciones de 2015.
Para perdurar en el largo plazo, el PRD tendría que volver a nacer. Sin
embargo, a estas alturas resulta por lo menos difícil imaginar cómo podría
detenerse la maquinaria política que lo está destruyendo, cómo podrían sus
corrientes comprender que se han vuelto enemigas de sus propias aspiraciones,
cómo podría diseñarse un nuevo programa político y quién podría asumir un
liderazgo capaz de disciplinar a sus militantes.
En 2018, seguramente habrá un recuadro con el sello del PRD en las
boletas electorales, pero será muy difícil saber qué significarán esas siglas,
moribundas por la tragedia de sus depredadores; o quizás como último intento
para sobrevivir buscarán también ir en alianza con el PAN por la Presidencia.
No obstante, la razón de fondo de la crisis en el PRD es mucho más
grave: ese partido ha venido perdiendo cohesión interna, identidad ideológica y
liderazgo. Tres condiciones sin las cuales ningún partido podría sobrevivir
mucho tiempo.
Lo cierto es que hace tiempo que el PRD dejó de ser un partido para
convertirse en una franquicia para las ‘tribus’, principales causantes de su
evidente e inevitable destrucción.
hist23@gmail.com
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