domingo, 10 de marzo de 2013

Poder, romance y ruptura


El partido del Estado ha vuelto. No sólo en el hecho de recuperar la presidencia de la República si no en el establecimiento de una relación lineal con mando y control desde Los Pinos.
Así lo hicieron saber en el marco de la conmemoración del 84 aniversario de la fundación del partido, evento en el que dieron a conocer la modificación de sus estatutos, por lo que la Comisión Política Permanente será una entidad política que encabezará el Ejecutivo nacional, por lo que el priísmo pasa a ser nuevamente un aparato político del Estado mexicano.

Recordemos que el Partido Nacional Revolucionario (PNR) nació para disciplinar la acción de la heterogénea y violenta coalición de intereses que formaba la “familia revolucionaria” a fines de los años veinte; tomando el control el Jefe Máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles sin ser presidente de la República. Pareciera que el actual Jefe Máximo es Carlos Salinas de Gortari y utiliza a Enrique Peña Nieto como cuando Calles utilizó a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez.

De ser así, Salinas no sólo controla al Presidente Peña sino también al PRI y por falta de autonomía y por el carácter instrumental del partido del Gobierno, se ha puesto en duda el carácter mismo de partido político del PRI. Pues más que ser una organización con vida y poder propios, transmisora y aglutinadora de las demandas de sus bases masivas, es otro instrumento presidencial para imponer disciplina entre la élite política y llevar a cabo las campañas electorales.

En este sentido, el control del Estado sobre el PRI vislumbra dos cosas que la historia ya registra: primero, la sensible disminución de la democracia interior del partido y el endurecimiento del sistema, y segundo, el uso del PRI como instrumento político para negociar, controlar y pactar con las demás fuerzas políticas del país (caso Pacto por México).

El Pacto por México fue la primera acción del gobierno peñista, el cual, desde luego, no responde a las inquietudes, necesidades y demandas de la sociedad mexicana, sino sólo a los intereses propios de la cúpula del poder. Si bien en la retórica que han manejado las distintas fuerzas políticas y principalmente el PRI y el propio Presidente, que con este Pacto traería una serie de reformas que permitirían adecuar y fortalecer instituciones e implementar programas en beneficio de los mexicanos, a meses de firmarse dicho acuerdo, parece que está tomando otro rumbo que no dejaron claro en la hora de firmar.

Precisamente, las modificaciones que hicieron en los estatutos del PRI sobresalen dos puntos de acuerdo muy polémicos que las demás fuerzas políticas que firmaron el Pacto no sabían: primero, la posibilidad de modificar el IVA (en alimentos y medicinas) y segundo, permitir que el sector privado ingrese al sector energético (la posible privatización de Pemex).

Decisiones que provocaron reacciones en el PRD. El presidente nacional de dicho órgano, Jesús Zambrano señaló que “el PRI no manda en el país. Cuando presente su propuesta, nosotros también presentaremos la nuestra”. Mientras que los del PAN confían todavía que el Pacto lleve a buen puerto y que de manera conjunta impulsarán otras reformas como la de Telecomunicaciones y la Hacendaria.

Pero la realidad es que el momento de romance entre las fuerzas políticas está llegando al punto de la ruptura. El gran Pacto por México —en el fondo— no fue más que una simulación para hacer creer que con un acuerdo nacional entre partidos políticos, realmente se puede transformar a México. El pacto no fue con los mexicanos y no fue con los que menos tienen.

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OTHÓN SALAZAR